Sigues votando. Pagas tus impuestos. Respetas las leyes. Pero seamos sinceros: ¿realmente sientes que el sistema cumple su parte del trato?
El famoso «contrato social» –ese acuerdo implícito donde cedemos parte de nuestra libertad a cambio de protección, oportunidades y representación– se está desmoronando ante nuestros ojos. Y lo más inquietante no es que esté fracturado, sino que seguimos fingiendo que funciona.
La gran estafa democrática
Las estadísticas son demoledoras. Solo el 17% de los estadounidenses confía en que su gobierno «hará lo correcto». En 1964, era el 77%. No estamos hablando de un mal gobierno o un ciclo político desafortunado. Estamos frente al colapso de la confianza institucional a escala global.
¿Y por qué confiaríamos? La promesa central –»si trabajas duro, vivirás mejor que tus padres»– ha resultado ser una mentira para la mitad de los nacidos después de 1980. Mientras tanto, el 1% más rico acumula más riqueza que el 50% más pobre del planeta. El ascensor social no solo está averiado; para muchos, directamente ha desaparecido.
Lo más revelador es que ya no son solo los extremistas quienes piensan que «el sistema está amañado». Es la opinión mayoritaria en democracias avanzadas. El 70% de ciudadanos en países de la OCDE cree que las instituciones democráticas están secuestradas por intereses económicos. Y tienen razón.
El emperador está desnudo
Nuestros líderes políticos siguen ofreciendo soluciones del siglo XX para problemas del siglo XXI. Es como intentar reparar tu smartphone con un martillo.
La izquierda tradicional sueña con volver al estado de bienestar de posguerra, ignorando que aquel modelo funcionó en economías nacionales con fronteras controladas y sindicatos fuertes. Ese mundo ya no existe.
La derecha clásica oscila entre más desregulación y un proteccionismo nostálgico imposible de implementar en economías totalmente interdependientes.
Y el centro tecnocrático nos sigue vendiendo la ilusión de que con más educación todo se arreglará, mientras vemos a doctores manejando Uber y a ingenieros viviendo con sus padres a los 35 años.
La realidad que nadie quiere admitir: nuestro sistema político fue diseñado para un mundo que ya no existe.
Las fuerzas que nadie controla
¿Cómo llegamos aquí? No fue un accidente ni una conspiración. Cuatro tsunamis han arrasado los cimientos del contrato social:
La globalización económica convirtió a los estados en mendigos ante un capital que puede moverse libremente mientras los trabajadores quedan atados a sus fronteras. ¿Cómo puede un político nacional cumplir sus promesas cuando las decisiones económicas reales se toman en consejos corporativos transnacionales?
La revolución digital está haciendo con el trabajo lo que hizo con la música y los periódicos: pulverizarlo. La «economía gig» es la nueva normalidad para millones: sin estabilidad, sin beneficios, sin futuro previsible. Nuestros sistemas de bienestar, diseñados para el empleo estable, son completamente inadecuados para esta realidad.
La crisis climática revela que el contrato social siempre tuvo una cláusula abusiva: podemos saquear el futuro para financiar el presente. Durante décadas, hemos cargado costos a generaciones que no pueden votar ni protestar. No es extraño que los jóvenes sientan que el sistema los ha traicionado antes incluso de poder participar en él.
La diversidad cultural plantea preguntas incómodas sobre quiénes somos «nosotros» en ese «contrato social». Las sociedades multiculturales son realidades enriquecedoras pero complejas que desafían nociones simplistas de identidad nacional sobre las que se construyeron nuestros estados.
Los parches ya no funcionan
Frente a estas transformaciones tectónicas, nuestros políticos siguen ofreciendo parches:
- «Recicla y usa bombillas LED» frente a un colapso climático que requiere transformar completamente nuestro modelo económico.
- «Aprende a programar» mientras la IA amenaza con automatizar incluso trabajos creativos.
- «Más policía en las fronteras» frente a desafíos migratorios causados por desigualdades globales estructurales.
Es como poner una tirita en una hemorragia arterial.
El problema no es que nuestros líderes sean especialmente incompetentes o malintencionados. El problema es que están intentando gestionar un sistema que ha superado su fecha de caducidad con herramientas obsoletas.
Los laboratorios del futuro ya existen
Pero no todo es distopía. En los márgenes del sistema, están surgiendo experimentos fascinantes que prefiguran elementos de un nuevo contrato social:
- Ciudades como Seúl implementan presupuestos participativos donde ciudadanos deciden directamente sobre inversiones públicas.
- Cooperativas de plataforma como Stocksy o Fairbnb demuestran que la economía digital puede funcionar sin explotación.
- Experimentos con renta básica en Finlandia o Kenia sugieren nuevas relaciones entre trabajo, dignidad e ingreso.
- El acuerdo global sobre impuesto mínimo corporativo muestra que la regulación transnacional es posible cuando hay voluntad política.
Estos experimentos son aún marginales, pero recuerdan que los sistemas sociales son creaciones humanas que podemos rediseñar.
Cinco dimensiones para un nuevo contrato
Necesitamos dejar de parchear el sistema actual y atrevernos a reimaginarlo completamente. Un nuevo contrato social debe abordar al menos cinco dimensiones:
- Gobernanza transnacional: Problemas globales requieren soluciones globales con legitimidad democrática. Ni el nacionalismo aislacionista ni el globalismo tecnocrático son respuestas adecuadas.
- Justicia intergeneracional: Debemos incorporar explícitamente los intereses de generaciones futuras en nuestras decisiones actuales. ¿Y si los no nacidos tuvieran representantes en nuestros parlamentos?
- Derechos digitales: Necesitamos un nuevo marco que aborde privacidad, identidad digital y distribución justa de la riqueza generada por nuestros datos.
- Trabajo y bienestar reconsiderados: El vínculo entre empleo y supervivencia digna necesita ser repensado radicalmente en la era de la automatización.
- Comunidad e identidad: Debemos forjar un sentido renovado de propósito compartido que reconcilie diversidad cultural con la solidaridad necesaria para enfrentar desafíos comunes.
Es hora de admitir la verdad
El primer paso para resolver un problema es reconocer que existe. Es hora de admitir lo que muchos sentimos pero pocos expresan: el contrato social está roto y no será reparado con ajustes marginales.
Esto no es un llamado a la revolución violenta ni a la desesperanza. Es una invitación a la imaginación política valiente y al pragmatismo radical. Los grandes avances en organización social siempre surgieron de momentos de crisis profunda. El estado de bienestar nació de las cenizas de la Gran Depresión y dos guerras mundiales.
Nuestra generación enfrenta desafíos de magnitud comparable, desde el colapso climático hasta la disrupción tecnológica. La pregunta no es si el contrato social cambiará –está cambiando ya– sino quién participará en su redefinición y qué valores priorizará.
¿Permitiremos que sea dictado por los más poderosos, o tomaremos parte activa en reimaginarlo para que sea más justo, sostenible y genuinamente democrático?