La gran mentira de la comunicación auténtica: Por qué la transparencia total es un espejismo peligroso

«Sé auténtico». «Comunica con total transparencia». «Di tu verdad».

Estos mantras inundan libros de autoayuda, seminarios de liderazgo y manuales de comunicación política. Se han convertido en el nuevo dogma incuestionable: la comunicación perfecta es aquella donde exponemos nuestro ser interior sin filtros, donde la transparencia total reina suprema, donde las fronteras entre lo público y lo privado se disuelven en nombre de la autenticidad.

Hay un pequeño problema: esta visión no solo es ingenua. Es profundamente peligrosa.

El espejismo de la autenticidad total

Imagina por un momento una sociedad donde todos dijéramos exactamente lo que pensamos, sin filtros. Donde cada sesión parlamentaria, negociación diplomática o reunión familiar fuera una exhibición de «verdades crudas». El resultado no sería utópico. Sería un infierno distópico de conflicto perpetuo.

La realidad incómoda es que los filtros comunicativos no son una distorsión de nuestra naturaleza auténtica. Son parte esencial de lo que nos hace humanos y, paradójicamente, de lo que hace posible la convivencia.

La fábula de la transparencia en la era digital

«Pero la tecnología nos permite mayor transparencia», dirán algunos. «Las redes sociales han democratizado la comunicación. WikiLeaks nos mostró el camino. La transparencia total es el futuro».

Esta narrativa, tan seductora como simplista, ignora la lección fundamental: el poder nunca es transparente. Simplemente se adapta.

La supuesta «comunicación auténtica» en redes sociales es, con frecuencia, la más cuidadosamente curada y estratégica. Los políticos que se presentan como «brutalmente honestos» están ejecutando frecuentemente la más calculada de las estrategias. La aparente transparencia institucional a menudo esconde nuevas formas de opacidad.

Como señaló brillantemente Byung-Chul Han, la sociedad de la transparencia no elimina el control; lo interioriza y lo hace invisible. No acabamos con la manipulación; simplemente la sofisticamos.

El valor olvidado de las zonas grises

La obsesión contemporánea con la autenticidad comunicativa muestra un alarmante desprecio por las zonas grises, los espacios de ambigüedad y los silencios estratégicos que han permitido históricamente la convivencia entre diferentes.

Pensemos en ejemplos concretos:

  • La «constructiva ambigüedad» que permitió los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos.
  • Los «acuerdos tácitos» que evitaron una guerra nuclear durante la Crisis de los Misiles.
  • Los «no dichos» que facilitan transiciones políticas pacíficas cuando ninguna parte puede permitirse perder completamente.

La diplomacia, el arte del compromiso político, rara vez florece bajo luz cegadora. Necesita penumbra, espacios para la interpretación y el repliegue estratégico.

La autenticidad como nueva herramienta autoritaria

Irónicamente, quienes más agresivamente exigen «autenticidad» a otros suelen ser los más estratégicos en su propia comunicación. El reclamo de transparencia se convierte así en un arma de control.

Cuando un líder populista exige que otros «digan lo que realmente piensan», mientras él mismo calibra meticulosamente cada palabra para maximizar su impacto, no está defendiendo la autenticidad. Está explotando una asimetría de poder.

Los regímenes más transparentes en apariencia —aquellos que transmiten en vivo sus parlamentos o publican millones de documentos online— pueden ser simultáneamente los más opacos en sus procesos reales de toma de decisiones.

La transparencia forzada se convierte así en un mecanismo de vigilancia y control, no de liberación. Como bien entendió Foucault, el poder moderno no se esconde en las sombras; se ejerce haciéndonos visibles.

El derecho olvidado a la opacidad

Frente a esta situación, quizás debamos recuperar lo que el filósofo martiniqués Édouard Glissant llamó «el derecho a la opacidad»: no el derecho a mentir, sino el derecho a no ser totalmente transparente, a mantener cierto grado de reserva y misterio.

Este derecho no es un privilegio de poderosos, sino una condición esencial para la libertad individual y colectiva en un mundo donde la transparencia ha sido cooptada como herramienta de control.

Algunas de las mejores tradiciones liberales siempre han entendido esto: la separación entre esfera pública y privada, la importancia del secreto del voto, la protección de espacios donde podamos experimentar sin escrutinio constante.

Hacia una comunicación responsable, no «auténtica»

¿Significa esto que debemos abandonar toda aspiración a la honestidad comunicativa? En absoluto. Significa que debemos superar la falsa dicotomía entre «autenticidad total» y «falsedad completa».

Una comunicación responsable no es aquella que expone todo sin filtros. Es aquella que:

  • Reconoce los límites y contextos apropiados para diferentes tipos de transparencia
  • Comprende que la confianza se construye sobre expectativas razonables, no sobre exposición total
  • Valora la privacidad y la reserva como componentes legítimos de la interacción humana
  • Entiende que ciertos espacios de deliberación requieren confidencialidad para funcionar efectivamente

En política, como en las relaciones personales, la comunicación perfecta no es la que elimina toda mediación y filtro, sino la que encuentra el balance adecuado entre apertura y discreción.

El coraje de la opacidad parcial

Paradójicamente, en un mundo obsesionado con la exposición constante, el verdadero coraje puede estar en defender espacios de reserva y ambigüedad constructiva.

No para engañar, sino para permitir que emerjan compromisos imposibles bajo la luz implacable de la «autenticidad» forzada.

No para manipular, sino para reconocer que la complejidad humana nunca puede reducirse a la transparencia total.

No para ocultar, sino para proteger la delicada ecología de confianza que hace posible la convivencia entre diferentes.

Quizás, después de todo, la verdadera comunicación no consiste en decirlo todo, sino en decir lo adecuado, en el momento adecuado, de la manera adecuada, para construir puentes donde otros solo ven abismos.

La próxima vez que alguien te exija «autenticidad total» en tu comunicación, pregúntate: ¿está realmente interesado en un diálogo constructivo, o está utilizando la transparencia como una forma sofisticada de control? La respuesta podría sorprenderte.

Carlos Bolea
Carlos Bolea
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